En los últimos años hemos visto nacer en las ciudades numerosas iniciativas que han intentado, acercar el campo a la población urbana. Pequeños pero importantes pasos se están dando en algunos rincones de Europa para acercar el entorno alimentario a las ciudades. Sin embargo, queda mucho camino por recorrer, este artículo nos propone unas guías y nos invita a la reflexionar sobre la dimensión urbana de la Soberanía Alimentaria.
Por primera vez en la historia, más del 50% de la población mundial ya vive en las ciudades. Según las Naciones Unidas (ONU), de mantenerse el actual ritmo de crecimiento, la cifra podría alcanzar el 60% en 2030, y en 2050, se espera que la población urbana aumente de 3.300 a 6.500 millones, a la vez que la población rural disminuirá de 3.380 a 2.790 millones.
Pero este en un cambio que va mucho más allá de lo cuantitativo, no es un mero trasvase de personas de un medio a otro, sino de un cambio social, económico y cultural de las sociedades.
Aunque la urbe ha ido variando su naturaleza a lo largo del tiempo, la última gran fractura se dio en el proceso de industrialización. De una ciudad de tamaño medio, blanda, que crecía en función de los recursos locales disponibles, conectada con su entorno y permeable a lo rural, se pasó a otra de consistencia dura, aislada de su entorno rural y alimentario.
“No existen apenas espacios ni mecanismos formales donde la ciudadanía pueda participar en la decisión de todo lo que afecta a su alimentación”.
Por el camino hemos perdido la relación urbana con la alimentación local y a la inversa. También se han erosionado intensamente los canales de comunicación entre la producción alimentaria local y la población urbana, y se han secado las raíces culturales que conectaban a la población urbana con la alimentación cercana, es decir, el tipo de alimentos, la manera como se cultivan o producen, quien lo hace, qué es un huerto, una granja o un barco de pesca artesanal forman parte de los recuerdos de una generación minoritaria. Hemos visto como el acceso a los alimentos desde las ciudades se concentraba en una sola puerta: el supermercado en sus distintos formatos, a la vez que hemos asistido al cierre constante de otros canales de distribución, con las consecuencias devastadoras que eso ha tenido sobre el tejido comercial de los barrios
No existen apenas espacios ni mecanismos formales donde la ciudadanía pueda participar, directamente o a través de su representación, en la decisión de todo lo que afecta a su alimentación (consumo, sistema de distribución alimentaria, precios, origen de los alimentos, creación de espacios agrarios urbanos, agricultura urbana, etc.)
“En Berlín, existe desde el 2009 el jardín urbano situado en la Moritzplatz, en el corazón de Kreuzberg”.
La Soberanía Alimentaria tiene una dimensión urbana y la estrategia rural y urbana deben confluir en una única vía. Las dos dimensiones deben empujar al tránsito hacia un nuevo modelo de ciudad, alejándose del ya caduco modelo postindustrial de separación dura entre lo alimentario urbano y lo alimentario rural, conectándose de nuevo con su entorno alimentario.
En los últimos años hemos visto nacer en las ciudades numerosas iniciativas que han intentado acercar el campo a la población urbana. Pequeños pero importantes pasos se están dando en algunos rincones de Europa para acercar el entorno alimentario a las ciudades. En Berlín, existe desde el 2009 el jardín urbano situado en la Moritzplatz, en el corazón de Kreuzberg. Se trata de un terreno comunal de unos 6.000 metros cuadrados que dos berlineses, sociedad de interés público Nomadisch Grün, se dedicaron a limpiar para acabar transformándolo en un jardín dónde en la población berlinesa cultiva todo tipo de hortalizas y verduras para el consumo propio. Los fundadores se inspiraron en el terreno de cultivo urbano de La Habana (Cuba) en el que se cultivan de manera comunitaria todo tipo de alimentos. Sólo en el primer trimestre de 2010, los huertos y parcelas urbanas produjeron 362.608 toneladas de vegetales y emplean a unas 300.000 personas.
“La sociedad tiene el derecho de participar de forma directa en la gobernanza y la gestión de los múltiples componentes del sistema alimentario y la administración debe poner los medios y actitud para ello”.
Iniciativas cómo estas son solo dos ejemplos de todo lo que se puede hacer en las ciudades para que las personas nos acerquemos a lo que comemos, y ayudar a potenciar esta conexión de estrategias rural y urbana. Para responder a la necesidad de la agricultura local y campesina bajo el paradigma de la Soberanía Alimentaria hay que crear una estrategia urbana pública de alimentación que lo haga posible.
“La agricultura urbana es sin duda uno de aspectos incluidos dentro de la soberanía alimentaria y debemos potenciarla”.
Los poderes públicos y las organizaciones sociales debemos comprometernos en la promoción de iniciativas que fortalezcan la democracia alimentaria, porque alimentación no es solo una cuestión de producción y consumo, sino que tiene una trascendencia social, cultural y económica, que afecta a muchos aspectos transversales de la ciudad. La sociedad tiene el derecho de participar de forma directa en la gobernanza y la gestión de los múltiples componentes del sistema alimentario, y la administración debe poner los medios y actitud para ello. Por tanto deben crearse espacios públicos de participación política que aborden de manera integral la alimentación desde lo local y que asegure la participación y el liderazgo del campesinado a través de sus organizaciones y del resto de actores involucrados.
“La erosión cultural alimentaria afecta a toda la sociedad, pero especialmente a la población urbana”.
También es esencial que se potencie los circuitos cortos y de proximidad, ya sea vía promoción de creación de espacios como mercados locales, tiendas de barrio, ferias locales, cooperativas u otros grupos de consumo, pero además dando un paso más allá hacia la creación y desarrollo de regulaciones públicas que aseguren que un porcentaje importante de la compra pública alimentaria y la restauración colectiva sea realizada localmente y apoyando los modelos de producción agroecológicos.
“Hay que involucrar a las escuelas, la educación no formal y a toda la comunidad educativa como actores clave”.
Otra barrera que hay que saltar es la relacionada con el abandono de lo rural. La erosión cultural alimentaria afecta a toda la sociedad, pero especialmente a la población urbana. La desconexión con el mundo rural ha llevado a un desconocimiento absoluto sobre qué comemos, cómo, dónde y por quien es producido y a qué precio. Pero no se trata solamente de una pérdida de conocimiento sino que ese vacío ha sido rellenado de mitos y falsas creencias creadas y difundidas por el agro-negocio a través de sus múltiples correas de transmisión ideológica. Este proceso de conexión social pasa por la educación escolar, en las múltiples formas y mecanismos donde ésta se manifiesta. Por ello es necesario involucrar a las escuelas, la educación no formal y a toda la comunidad educativa como actores clave, no sólo en el cambio de los menús de las escuelas.
Y por último, tener en cuenta y potenciar que en las ciudades se puede y debe producir alimento. La agricultura urbana es sin duda uno de aspectos incluidos dentro de la soberanía alimentaria y debemos potenciarla. Hace falta avanzar y empujar para la creación de estrategias locales de agricultura urbana, desde la búsqueda de suelo agrícola urbano, planificación urbanística hasta centros de acopio, creación de cooperativas urbanas, sistemas de distribución adecuados, entre otros.