El terremoto que sacudió Haití el pasado 12 de enero de 2010, ha supuesto la muerte de 200.000 personas y la destrucción del poco aparato estatal existente. Cualquier gran ciudad del mundo habría sufrido daños considerables por un terremoto como el que asoló la capital haitiana pero no es ningún accidente que buena parte de la ciudad de Puerto Príncipe parezca ahora una zona de guerra. Gran parte de la devastación causada por la más reciente y desastrosa calamidad que ha golpeado a Haití se comprende mejor como el resultado de una larga e infame secuencia de acontecimientos históricos causados por el hombre.
A partir de la revolución de esclavos en 1804, el país fue aislado internacionalmente, lo que determinó la orientación que tomó su agricultura: la autosubsistencia y diversificación de cultivos. Ello fue posible en una tierra que es fértil durante todo el año y que en épocas coloniales producía el 40% del azúcar y el 60% del café mundial, además de otros productos que convirtieron a este país en la colonia francesa más próspera. A todo esto, desde su independencia, la sociedad haitiana no ha sido capaz de liberarse de la división de clases y de etnias impuesta por el régimen colonial francés, lo cual sigue generando hasta el día de hoy constantes enfrentamientos por la tenencia de la tierra.
Fragilidad política. A la inestabilidad propia de las jóvenes naciones independientes, en su primera centuria, le siguió la llegada al país de empresas azucareras estadounidenses. Este proceso, que se inició a principios del siglo XX, continuó con una serie de sucesos deplorables: ocupación militar de EE.UU. entre 1915 y 1934, algunos golpes militares orquestados internacionalmente y la dictadura de Francoise Duvalier (1957-1971), seguida por la de su hijo Jean Claude (1971-1986); quienes no dudaron en hipotecar y permitir su saqueo. Todo ello con políticas neoliberales que siguen siendo aplicadas hasta el día de hoy (pago de una deuda externa, libre comercio, imposición de modelos agrícolas industriales, supeditación a los intereses trasnacionales y ocupaciones militares), las cuales le impiden a las y los haitianos invertir en su desarrollo. (En los días posteriores al terremoto se han alzado muchas voces como la we la campaña Quién debe a quién, que exigen la la comunidad internacional a anulación total de la deuda haitiana. Veterinarios sin Fronteras se adhiere a esta iniciativa solicitando al gobierno español la cancelación de la deuda externa con Haití y recordando que la mayor parte de esta deuda proviene de la dictadura de los Duvalier, por lo cual puede considerarse ilegítima.)
El implacable asalto neoliberal tomó mayor impulso a fines de los años 70, sintiéndose especialmente en la economía agraria de Haití, como consecuencia de las políticas impuestas Haití pasaba de producir el 90% de sus alimentos, en 1970, a importar actualmente el 55% de ellos. Paradigmática es la entrada del arroz subvencionado estadounidense en el país, que aniquiló la producción local. Esto generó una vulnerabilidad alimentaria que se hizo evidente en 2008, cuando se dispararon los precios mundiales de los alimentos, desencadenándose los conocidos ‘motines del hambre’. Miles de pequeñas y pequeños agricultores se vieron forzados/as a trasladarse a viviendas informales y deficientes, muchas veces encaramadas en barrancos deforestados. Según explica Brian Concannon, director del Instituto por la Justicia y Democracia en Haití:
“Esa gente llegó a esos lugares porque ellos o sus padres fueron expulsados intencionalmente de las áreas rurales por políticas de ayuda y de comercio diseñadas específicamente con la intención de crear en las ciudades una fuerza de trabajo cautiva y fácil de explotar… gente que no cuenta con los medios para construir casas resistentes a los terremotos”.
En junio de 2004, se enviaron 8.000 soldados de la ONU como parte de la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (Minustha). En octubre de 2009, diversos movimientos de base haitianos pidieron que se retiren las tropas, pues su presencia no era compatible con un país que aspiraba a la autodeterminación. Sin embargo, se prorrogó su estancia. La principal crítica hacia esta misión es que nunca ha ido más allá de sus objetivos militares. Cuando se le propuso que desviara parte de estas “inversiones” hacia programas para la reducción de la pobreza o el desarrollo agrario, desestimó esa posibilidad.
Éste es apenas uno de los tantos ejemplos de cómo la comunidad internacional, yendo en contra de los intereses haitianos y siguiendo las pautas de los países neocolonialistas, ha ido forjando una nación cada vez más vulnerable. Esta fragilidad, que viene sufriendo desde hace mucho tiempo embates económicos y sociales, ahora le tuvo que hacer frente el 12 de enero de 2010 a un desastre natural, cuyas consecuencias se vieron aumentadas por la pobreza y precariedad con que vive la mayor parte de la población en Haití.