Tras más de 25 años, el programa de agricultura urbana en el país isleño demuestra que se puede abastecer a las ciudades de alimentos saludables y de proximidad, en un proceso que, además, genera empleo y promueve la cohesión social
A comienzos de los años 90, el bloqueo y la caída de la Unión Soviética y el Bloque del Este habían dejado a Cuba en situación de emergencia alimentaria. El país isleño no podía ya importar alimentos ni tampoco los insumos tecnológicos que habían conformado un pilar de la agricultura desde que, hacia los años 60 del siglo pasado, la Revolución Verde impuso la utilización de tractores, fertilizantes y otros agroquímicos. Un cuarto de siglo después, Cuba se ha convertido en un ejemplo para quienes apuntan a la agricultura urbana de base agroecológica como forma de producir de forma sostenible y soberana alimentos saludables al alcance de todos los bolsillos.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? “Lo que demuestra la experiencia cubana es que los momentos de crisis son también de viraje, de cambio”, sintetiza el agrónomo Otto Manuel Andérez Ramos, miembro del Instituto de Investigaciones Fundamentales en Agricultura Tropical (Inifat). Las importaciones del bloque soviético habían hecho posible un modelo agrícola “que, por los plaguicidas y agrotóxicos, llevaba consigo problemáticas socioambientales y una masiva migración del cambio a la ciudad, y que nos hacía dependientes de una producción que, por el bloqueo, sólo nos podían facilitar la URSS y Europa del Este”, apunta el agrónomo.
En los 90, la situación de emergencia alimentaria llevó a más de 24.000 personas a comenzar a producir alimentos en pequeños espacios de la ciudad y su perímetro urbano; a través de diversas instancias y centros universitarios, el Gobierno impulsó y fomentó este movimiento. Muchas de estas personas se acercaban por primera vez a la producción de alimentos, y para ello contaron con el apoyo de expertas como la agrónoma Aurelia María Castellanos, quien desde el año 2000 preside la Asociación Cubana de Producción Animal (ACPA) y se define como integrante desde sus orígenes del movimiento que hoy se denomina Agricultura Urbana Suburbana y Familiar (AUSUF).
Un cuarto de siglo después, Cuba es un país pionero en la producción de alimentos sostenibles y de proximidad. Pero comencemos por el principio: ¿qué es agricultura urbana? El Grupo Nacional de Agricultura Urbana de Cuba lo definió en 2003 como la producción de alimentos dentro del perímetro urbano y periurbano, aplicando métodos intensivos, teniendo en cuenta la interrelación ser humano-cultivo-animal-medio ambiente y las facilidades de la infraestructura urbanística, que propician la estabilidad de la fuerza de trabajo y la producción diversificada de cultivos y animales durante todo el año, y con base en prácticas sostenibles que permiten el reciclaje de los desechos.
A día de hoy, sólo en La Habana, unas 35.900 hectáreas, equivalentes al 50% de la superficie de la provincia, son empleadas en la agricultura urbana. Se producen al año 100.300 toneladas de hortalizas, 30.500 toneladas de carne, 26.300 de fruta y siete millones de litros de leche. Esta producción se dirige prioritariamente a lo que se denomina el consumo social: escuelas, hospitales, centros de maternidad y otro tipo de instituciones. El 12% de la producción de la AUSF llega a unas 300.000 personas que son usuarias de unos 1.600 centros en todo el país. El 85% de la producción, por su parte, termina en mercados y otros puntos de venta que lo distribuyen a la población local; el resto de la producción abastece a mini-industrias e instalaciones turísticas.
Según Aurelia Castellanos, unas 350.000 personas en todo el país están vinculadas a la AUSF, y el programa está presente en los 168 municipios del país; allí donde, como en La Habana Vieja, no hay tierra disponible para el cultivo, emergen iniciativas de permacultura en balcones y traspatios. Cuba ha llegado a inventar sistemas de cultivo ecológico urbano como los llamados cultivos organopónicos, que consisten en paredes bajas de hormigón que rellenan con materia orgánica y tierra, con surcos para el riego por goteo. “Hay que buscar un traje a medida para cada demarcación territorial, según sus características, pero con el mismo principio: producir alimentos para la comunidad”, afirma Aurelia, y recuerda que, en Cuba, el 75% de la población vive en ciudades y pueblos.
“Se demostró que la tradición campesina y las prácticas agroecológicas son eficientes para los productores a media y pequeña escala. El mundo comenzó a mirar lo que estaba sucediendo en Cuba”, sostiene Otto Manuel Andérez, y argumenta: “La AUSUF con base agroecológica permite la seguridad y soberanía alimentaria. La visión es que si no somos capaces de producir nuestros alimentos, los tenemos que comprar; y necesitamos producir los alimentos que son esenciales en la dieta: por ejemplo, el aceite es fundamental para que podamos asimilar ciertos nutrientes como las vitaminas liposolubles. Cuando pasamos a producir localmente aceites, mejoraron los índices de enfermedades asociados a la falta de consumo de vitaminas”.
“Por el barrio y para el barrio”
Todo ello ha sido posible gracias a la implicación de la sociedad, pero también al apoyo estatal. En 1997, el movimiento se organizó como Programa de Agricultura Urbana, del que hoy forman varios ministerios, y entidades como la Asociación Cubana de Técnicos Agrícolas y Forestales (ACTAF) y la Asociación Cubana de Producción Animal (ACPA). Cada año, con ayuda del gobierno, las organizaciones definen lineamientos y un Programa Nacional de Agricultura Urbana que son flexibles y se adaptan a las necesidades de los productores y del mercado.
En 2007, el programa se extendió a la agricultura urbana, lo que, según la definición de la FAO, implica la inclusión de la periferia inmediata de la ciudad. “En las zonas más urbanas se cultivan hortalizas de hoja, mientras que en la periferia se cultiva de todo, principalmente frutales, e incluso crías de ganado menor; de este modo se logra un gran potencial para el autoabastecimiento alimentario”, explica Luis Vázquez, miembro de la Asociación Cubana de Técnicos Agrícolas y Forestales (ACTAF).
A día de hoy, en la mayor parte de los pueblos y ciudades del país, a excepción de La Habana y Santiago de Cuba, se produce localmente alrededor del 70% de los alimentos que se consumen; y esta cifra puede todavía puede crecer, sobre todo en los espacios periurbanos. La producción abarca, además, todo tipo de alimentos: “En La Habana se producen granos, hortalizas, cítricos, frutales, ganado vacuno, ovino, leche de cabra, porcino, aves, huevos y un largo etcétera”, explica Aurelia Castellanos.
Esa producción se dirige prioritariamente a los centros de consumo social, es decir, jardines de infancia, comedores escolares, hogares de ancianos, hospitales y otros. Ahí se destina el 12% de la producción, mientras que el 85% va al autoconsumo o puntos de ventas como ferias y mercados, donde los ciudadanos pueden acceder a alimentos saludables a un precio accesible. En todos los casos, se comercializa muy cerca de donde se produce: “El eslogan es: Por el barrio y para el barrio”, apunta Castellanos.
“Mucho más que producir comida en la ciudad”
Pero además, como afirman Aurelia y muchos otros productores y agrónomos que participan de la AUSUF, “la agricultura urbana es mucho más que producir comida en la ciudad”. Implica asegurar la provisión de alimentos saludables y sostenibles, a un precio asequible, para la mayor parte de la población; y permite además la creación de empleo y el fomento de la cohesión social, a través de políticas específicas que inciden en la participación de los jóvenes, las mujeres y las personas mayores.
“No se trata apenas de producir alimentos: también está la dimensión ambiental, social, económica; la posibilidad, en suma de un desarrollo sostenible”, cree Andérez. La AUSUF se yergue como un pilar para la soberanía alimentaria, que implica no sólo el acceso de la población a alimentos saludables y culturalmente apropiados, sino también la capacidad de cada pueblo para definir sus propias políticas agrarias y alimentarias, de modo que se garantice, al mismo tiempo, la justicia social y la sostenibilidad ambiental.
Así, el programa de AUSUF en Cuba no sólo ha promovido la producción de alimentos frescos y libres de agrotóxicos, sino también la generación de empleos con ingresos estables. Además, afirma Aurelia Castellanos, ha permitido “descentralizar la administración de tierras, diversificar las producciones agropecuarias, promover la biodiversidad y fomentar la autogestión de los territorios. El eje central son las personas, su valorización y participación en espacios en los que se producen intercambios generacionales”.
Si el eje central son las personas, entonces la prioridad será que la mayor parte de la población tenga acceso a esos alimentos. “En muchos lugares, el mercado de lo orgánico o ecológico tiene altos precios: en Cuba el objetivo es que los precios sean accesibles, que la producción de alimentos sanos se traduzca en bienestar, salud y calidad humana para toda la población”, explica Otto Manuel Andérez. Dentro de esta visión, se ha impulsado con la creación de sellos agroecológicos que parten de un sistema más participativo que los sellos convencionales.
Una pequeña parte de la producción, el 1%, se destina al sector turístico, que puede pagar más, y un 2% va a mini-industrias locales; pero la inmensa parte de los alimentos que produce la agricultura urbana en Cuba cumplen un objetivo” “poner en manos de la gente de bajo nivel adquisitivo un producto fresco y de calidad”, en palabras de Andérez, para quien “Cuba ha demostrado que sí se puede producir en otras condiciones más sustentables y más humanas”.