Marta Ribó Herrero. Coordinadora Delegación Valencia Justicia Alimentaria
Artículo originalmente publicado en catalán en Levante-emv.com
¿Dejarían que sus hijos e hijas no recibieran la mejor educación posible y tuvieran una dieta poco equilibrada? El comedor escolar es un servicio que cada vez utilizan más las familias y que ocupa un papel muy importante en la alimentación y salud del alumnado, pues en él realizan la principal comida durante gran parte del año: alrededor de 170 días. El número de usuarios del comedor en nuestro territorio ha aumentado considerablemente, del 15,9% en el año 2001 al 41,1% en 2016. Por tanto, si son utilizados por gran parte del alumnado, deberían cumplir un rol importante en el aprendizaje de hábitos alimentarios en la población infantil.
Sin embargo, diversos estudios coinciden en señalar una problemática común en los menús escolares: suelen presentar escasa proporción de verduras y alimentos frescos, un abuso de proteína animal y de mala calidad, un exceso de frituras, conservas y congelados, así como abundancia de productos procesados y azucarados. Además, el modelo actual imperante en la mayoría de comunidades autónomas del estado español favorece que la alimentación escolar esté en manos de un oligopolio de grandes empresas, que se reparten el negocio de la restauración colectiva y que trabajan con unos cánones globalizados, sin tener en cuenta la incorporación de criterios de sostenibilidad social y medioambiental en su modelo de gestión. De hecho, la restauración colectiva se ha convertido en una suculenta partida para las empresas, pues supone un volumen de negocio cada vez mayor.
A consecuencia de todo esto, se está desaprovechando la posibilidad de que el comedor escolar se convierta en un espacio transformador que podría cumplir con una función pedagógica de gran calado. Pensamos que el periodo de comedor debe convertirse en un espacio educativo, un escenario donde se muestre el vínculo entre el sistema alimentario y su entorno, donde se refuercen los contenidos trabajados en clase relacionados con la alimentación, donde se construyan lazos entre el hecho cotidiano de comer y los grandes desafíos sociales y medio ambientales a los que nos enfrentamos hoy en día. En definitiva, un espacio donde se eduque a personas críticas que entiendan los impactos globales y locales del actual modelo alimentario y donde se apueste por un modelo alternativo de consumo basado en la soberanía alimentaria, donde la nutrición y educación de nuestra infancia sea lo primero.
Una vez contada la problemática, pongámonos a soñar e imaginemos cómo podrían ser los comedores escolares que queremos para nuestros hijos e hijas.
Si la alimentación escolar estuviera basada mayoritariamente en producto de temporada, ecológico y local, su impacto en la salud y en el medio ambiente sería muy diferente del que se deriva del actual sistema industrial, donde predominan los alimentos kilométricos (alimentos que han recorrido largas distancias y con grandes impactos medioambientales) y aquellos que han sufrido procesos de transformación industrial, con todo lo que ello conlleva (alimentos con más conservantes, colorantes, aromatizantes, embalajes).
Si la compra de alimentos para los comedores escolares se rigiese por criterios de proximidad podría suponer un importante impulso para nuestros agricultores y agricultoras locales, contribuyendo a la transición hacia sistemas alimentarios más sostenibles y saludables y mejorando las condiciones de nuestra agricultura local. Cuando pensamos que en el País Valencià contamos con 1.367 comedores escolares (escuela pública y concertada) y que se sirven una media de 176.986 comidas diarias, es fácil imaginar el salto que podría suponer para el sector agroalimentario valenciano si se contase con ellos a la hora de diseñar estos menús.
Unido a esto, otra de las reivindicaciones que nos parece fundamental promocionar en los centros educativos es la de dar protagonismo al papel de las familias en la toma de decisiones relacionadas con el comedor escolar y hacerlas partícipes activas del proceso de construcción de nuevos modelos de alimentación escolar más justos, saludables y comprometidos con el entorno rural. Para ello, es importante trabajar con toda la comunidad educativa y que se construyan puentes y espacios de diálogo entre los equipos directivos, las empresas gestoras y las familias para decidir de forma conjunta sobre todo lo que tiene que ver con la alimentación escolar. Empoderémonos, soñemos qué tipo de comedor queremos y proporcionemos a nuestra infancia la calidad y educación nutricional que se merecen.