En los años 90, más de 24.000 personas que nunca habían cultivado alimentos comenzaron a hacerlo en la ciudad de La Habana, arrastradas por la situación de emergencia alimentaria en Cuba derivada, tras la caída de la Unión Soviética, de la imposibilidad de continuar importando insumos agrícolas, así como alimentos. A partir de esa explosión, la isla se vio obligada a ser autosuficiente en la producción de alimentos y a hacerlo de forma agroecológica. La necesidad se hizo virtud, y hoy, un cuarto de siglo después, Cuba es una referencia mundial al hablar de agricultura urbana, suburbana y familiar (AUSUF). La pregunta es, ¿cómo ha sido esto posible?
El proceso de implantación de la agricultura urbana en Cuba combina la movilización espontánea de la sociedad, que sufría el hambre derivado del bloqueo, y la acción del Estado, que activó, en las universidades y en otras instancias, diversas líneas de investigación destinadas a devolver la fertilidad a una tierra desgastada tras décadas de uso intensivo del suelo y de fertilizantes y pesticidas químicos. Este movimiento corre en paralelo a una transformación cultural que pasa por el reconocimiento de la agricultura agroecológica como superior a la agroindustrial, y que vuelve la vista a la recuperación de las técnicas campesinas que no están en los libros, sino en la memoria de quienes aún conservan esos saberes.
Así, el camino transitado en casi tres décadas de AUSUF en Cuba combina la investigación científica y la recuperación de saberes campesinos, que se plasma en el quehacer cotidiano en huertos organopónicos, parcelas populares y fincas de autoabastecimiento. El conocimiento se transmite a través de diferentes instancias de intercambio, que han sido fundamentales en cada etapa del proceso.
Fue a comienzos de los años 90 cuando miles de personas se acercaron, por primera vez en su vida, al cultivo de alimentos. “La población comenzó espontáneamente a producir alimentos aprovechando espacios improductivos, pero no existía conocimiento para el autoabastecimiento de semillas o de materia orgánica”, cuenta Aurelia María Castellanos, presidenta de a Asociación Cubana de Producción Animal (ACPA). Su trabajo consistió entonces en “brindar capacitación a estos productores a fin de evitar prácticas no apropiadas”.
Esa labor, desde mediados de los 90, se complementó con la ayuda de organizaciones no gubernamentales europeas, entre ellas Justicia Alimentaria. Una de sus integrantes, Celeste Solano, describe así ese proceso: “Justicia Alimentaria trabaja en Cuba desde 1993 junto con la ACPA, en torno a la soberanía alimentaria. Este trabajo se dirige a la reestructuración del sector lechero: se pretende avanzar hacia un modelo cooperativo y sostenible, gestionado a partir de Unidades Básicas de Producción Cooperativa (UBPC)”. Las UBPCs lecheras se han fortalecido en La Habana, a través de la mejora de las condiciones de trabajo, recuperando infraestructuras productivas y diversificando la producción lechera: “Se ha fomentado la crianza de traspatio, el apoyo a la conservación de recursos zoogenéticos (animales de granja) y la recuperación de la práctica de la etnoveterinaria a fin de elaborar productos medicinales a partir de plantas que significan un avance en los sistemas de producción de ganadería ecológica”, apunta Solano.
Descentralización del conocimiento y participación
Aurelia Castellanos, quien cuenta con una amplia experiencia en procesos de capacitación y formación vinculados al sector agropecuario en Cuba, destaca la importancia de la descentralización del conocimiento. “La AUSUF es un espacio para el desarrollo endógeno porque genera la participación y conocimiento de nuestras culturas y es un espacio de redes del conocimiento en que la relación entre los diferentes actores permite la difusión del conocimiento y estimula los procesos de innovación y de aprendizaje”, afirma. Existen espacios de participación local que incorporan a actores muy diversos; a fin de cuentas, como recuerda Castellanos, “el propio concepto de AUSUF incluye la participación en las diferentes fases del proceso y la toma de decisiones”.
La multiplicidad de organizaciones e iniciativas que trabajan en torno a la AUSUF no sólo dedica importancia a la formación de adultos productores, sino que hace hincapié en la formación de las nuevas generaciones. En este punto son fundamentales los huertos y micro huertos en centros de educación infantil, primaria y secundaria, donde niños, niñas y adolescentes pueden no sólo aprender las prácticas necesarias para cultivar alimentos, sino también nutrirse con ellos, pues se utilizan esos cultivos como ingredientes en los menús de los comedores escolares. “Los huertos juegan un importante papel educativo, pues los estudiantes aplican en la práctica temáticas relacionadas con procesos productivos participativos”, matiza Castellanos.
En ese sentido destacan los círculos de interés, espacios que combinan la docencia, las fiestas, las degustaciones de alimentos y las excursiones. Su finalidad es despertar el interés de las nuevas generaciones y así fomentar la vocación de producir alimentos, de forma que se garantice, de cara a un futuro cercano, la fuerza de trabajo que el sector necesita.
Intercambio generacional
Si el interés por involucrar a los más jóvenes es una clave de los procesos formativos de la AUSUF, otro elemento fundamental es la inclusión de personas mayores, en muchos casos jubiladas, que pueden aportar sus años de experiencia en los espacios de capacitación e intercambio de saberes.
Luis Vázquez Moreno, pensionista que a sus 70 años forma parte de la Asociación Cubana de Técnicos y Agrícolas Forestales (ACTAF), asesora proyectos y organiza talleres sobre temas vinculados a la agroecología y la resiliencia al cambio climático. De su experiencia rescata el “gran valor cultural” del intercambio que se da en las iniciativas y experiencias que participan de la AUSUF, dada la diversidad de las personas que forman parte, tanto en su procedencia como en su franja etaria. Para trabajar la tierra, afirma, “no existen requisitos especiales, porque se aprende trabajando: sólo se requiere interés y dedicación”. Al respecto agrega Castellanos que “la capacidad de instrucción del pueblo cubano le ha permitido captar con facilidad los conocimientos”.
Como señala el ingeniero agrónomo Otto Manuel Andérez Ramos, miembro del Instituto de Investigaciones Fundamentales en Agricultura Tropical “Alejandro de Humboldt” (INIFAT), la importancia de la agricultura urbana va más allá de la posibilidad de producir alimentos sanos y sostenibles, así como de las dimensiones tecnológicas, ambientales: “Hay también otras dimensiones, digamos religiosas, culturales, artísticas, emocionales. Uno necesita comer regularmente, y la forma en que lo hacemos tiene que ver con una cultura, una forma de cultivar, un quehacer, una forma de consumir esos alimentos; en suma, una forma de relacionarse con un territorio”, argumenta. “Existe una manera ancestral en que la gente come, contempla las plantas medicinales, hace rituales: esos saberes vienen de tiempos inmemoriales y hay que rescatarlos, hay que recuperarlo antes de que se olvide, porque es parte del patrimonio cultural de la humanidad, luego hay que reconocerlo y valorarlo. Hay formas del saber que trascienden lo que está escrito”, añade Andérez Ramos.
De sus palabras se sigue la importancia de que, como sucede en los procesos que involucran a la AUSUF en Cuba, se produzcan espacios de encuentro intergeneracionales que combinan la investigación científica con la recuperación y revalorización de los saberes campesinos ancestrales, y que trascienden la separación entre trabajo intelectual y trabajo manual. Porque, cuando se trata de producir alimentos, se aprende haciendo más que leyendo.
Ese intercambio es mucho más rico cuando participan de él varias generaciones: la incorporación de personas mayores posibilita que se puedan comunicar saberes campesinos que se transmiten de generación a generación. “La AUSUF permite que niños, jóvenes y adultos transmitan e intercambien los modos en que se expresa artísticamente la producción de alimentos, los diversos puntos de vista; y eso a la gente le llega. Se logra así transmitir el vínculo entre producción de alimentos, desarrollo, aumento de la calidad de vida y beneficios para la salud”, afirma Otto Manuel Andérez, y agrega: “Como dicen los campesinos cubanos, ‘vista hace fe’; se refieren a que es mejor ver las cosas en la práctica productiva, en la realidad concreta, que desde la teoría y de manera abstracta. Yo agrego: ‘probar da aún más fe’. Es decir, poner los cinco sentidos en lo que tiene que ver con los alimentos que se producen, sentirlos, probarlos, degustarlos, te hace creer más y mejor en la forma en que estos se deben producir”.