Publicado en El Salmón Contracorriente
El último informe de la Organización Mundial de la Salud sitúa las carnes procesadas –como el beicon, las salchichas, el embutido o las hamburguesas– en el Grupo 1 de sustancias cancerígenas consideradas peligrosas para el ser humano. El informe ha causado un enorme impacto mediático. No obstante, echamos de menos un análisis más profundo sobre la realidad del consumo y la producción de carne y fundamentalmente sobre la insostenibilidad del actual modelo de la industria cárnica y todos sus efectos.
Es urgente abrir un debate público y serio sobre esta realidad y comenzar a establecer un cambio de políticas públicas que aborde esta problemática y que no se dirija a golpe de titulares de prensa descontextualizados. Parece claro que algunos modos de procesamiento de carne son cancerígenos, pero, ¿sólo este es el problema?, ¿es igual comer carne hormonada que carne natural?, ¿cuáles son los efectos del uso de antibióticos para animales en nuestra salud?, ¿qué supondrá la entrada del TTIP en el uso de hormonas y antibióticos?, ¿es igual una carne fresca de proximidad de una importada de la otra parte del mundo?, ¿es lo mismo una carne proveniente de una granja familiar a la de una factoría de miles de animales? Un dato, según el Centro Europeo para la Prevención y el Control de las Enfermedades calcula que la resistencia a los antibióticos provoca cada año 25.000 muertes.
Para empezar, el análisis no puede hacerse sólo desde el consumo y las cantidades consumidas, sino fundamentalmente desde la cadena y el modelo de producción. Es aquí donde radican lo mayores impactos y cambios necesarios, no sólo desde el punto de vista de salud pública, sino también de los efectos sociales, económicos y ambientales.
Los últimos cincuenta años nos hemos acostumbrado a oír nombrar la famosa revolución verde que no es sino el proceso industrializador basado en el control corporativo de los recursos. Esta mal nombrada revolución nos ha dejado unos efectos dramáticos tanto desde el del punto de vista del derecho a la alimentación, destrucción de la biodiversidad y comprometiendo la viabilidad de las comunidades campesinas en todo el mundo. Sin embargo, poco se ha hablado de la revolución ganadera. Una revolución silenciosa generada por políticas neoliberales y desregulatorias donde el control corporativo se ha incrementado como nunca antes y los efectos perniciosos son evidentes. Efectos como el exceso de deshechos y purines, crecientes resistencias a las bacterias por el uso increíble de antibióticos, uso de hormonas, engorde, la dependencia de cultivos como la soja transgénica con sus propios efectos, la mayor presión sobre la frontera agrícola, recursos hídricos que causa la desaparición de pequeños y medianos productores, expulsándoles de sus tierras, etc. En este momento el ganado consume el 37% de los plaguicidas, el 60% de los antibióticos y produce una tercer parte del nitrógeno y el fósforo que contaminan el agua, es el responsable directo del 18% de las emisiones de Gases.
Por el lado del consumo encontramos que este modelo dominado por grandes corporaciones multinacionales ha provocado una invasión en los supermercados de carnes más baratas. Esto ha hecho aumentar su consumo, ha alterado por tanto las dietas y, sobre todo, ha aumentado el consumo de productos cárnicos procesados. En las últimas décadas, la demanda de consumo de carne a nivel global no ha hecho más que crecer. En 1950 la demanda se situaba en 44 millones de toneladas y en el año 2020 está previsto que ascienda a 320 millones. Actualmente en Europa y EEUU se crece de una manera más moderada, pero de una manera exponencial en economías emergentes como China o India donde se prevé que el 80% del aumento de consumo venga de estos países.
Este cambio de modelo se ha realizado a costa de un brutal cambio agrícola en gran parte de los países del sur, que están dedicando sus mejores tierras al cultivo de forraje presionados por las propias políticas agrarias de Europa y EEUU con el afán de conseguir grandes volúmenes de producto a menor precio, así países como Paraguay sólo dedican el 4% de sus tierras a la producción para alimentación interna. Un 35% de la cosecha de grano del mundo (760 millones de toneladas) es utilizada con fines de producción animal
Como consecuencia de estas políticas neoliberales, el sector cárnico tradicional, en las últimas décadas y de forma paralela, ha sufrido una enorme transformación marcada por una mayor industrialización y verticalización del sistema de producción. Así vemos cómo en pocos años este proceso ha hecho desparecer silenciosamente miles de granjas familiares y la aparición en su lugar de Factorías o fábricas de producción animal, cada vez más grandes con cientos y miles de animales. En este momento solo las cuatro primeras empresas cárnicas controlan el 85% del mercado mundial. Tan solo la empresa brasileña JBS es actualmente la mayor empresa productora de carne bovino y pollo a nivel mundial con ingresos anuales que superan a los mega monstruos de la alimentación como Cargill, Unilever o Danone.
España no es una excepción y el modelo vertical funciona perfectamente. Actualmente entre el 80-90% de la producción de huevos o de carne de cerdo y ave se encuentra en el llamado modelo de integración. Lo que significa que una misma empresa controla las diferentes partes de la cadena productiva.
El derecho a nuestra salud radica por tanto en un cambio radical en el modelo de producción cárnica que de seguir en su actual tendencia generará efectos inimaginables en nuestras vidas a nivel global. En el centro del debate es necesario poner el excesivo poder de las grandes corporaciones y sobre todo la puesta en marcha de políticas que fomenten nuevas formas de relación entre el campesinado y el consumo, distintas a la cadena industrial en manos de un puñado de grandes empresas. Producciones agroecológicas, bancos de semillas colectivos, recuperación de razas ganaderas autóctonas, alimentación animal basada en productos locales, mataderos municipales, centrales públicas de acopio, transformación alimentaria de pequeña escala vinculada directamente con el campo, distribución en circuitos cortos, ventas directas del campo al consumo, mercados municipales, mercados campesinos, red de comercio alimentario local, familiar y de barrio, cooperativas de consumo… La lista es casi tan larga como la de los abusos de poder del agronegocio.
En cada una de estas iniciativas ya existe gente luchando, y trabajando y haciéndolo posible. Nos hace falta además un marco normativo propio, específico y adecuado, distinto al industrial de gran escala que ponga a las personas en el centro.
Javier Guzmán
Director de VSF Justicia Alimentaria Global