Artículo de opinión de Javier Guzmán, director de Justicia Alimentaria
Publicado de manera original en LaMarea.com
Una de las tendencias que ha incrementado notablemente con la cuarentena ha sido el crecimiento del comercio online. Y dentro de este, la compra de alimentos ha tenido un aumento exponencial. Muchas personas no pueden desplazarse al mercado o súper o simplemente muchas tienen miedo a poder contagiarse. La llegada de la “nueva normalidad” parece indicar que van a disminuir las visitas a restaurantes, así como a supermercados. La compra online ha llegado para quedarse y no hace sino afianzar una tendencia que ya estaba entre nosotras, no solo porque la digitalización había generado las soluciones técnicas, sino porque nuestra forma de consumir ha cambiado fruto de un proceso de mayor individualización y los modelos de tiempo de trabajo flexibles.
Este comercio online, además, ha tenido una irrupción muy positiva para muchos pequeños agricultores y ganaderos que han visto como de la noche a la mañana sus canales de comercialización tradicional quedaban barrados. Mercados municipales, cooperativas de consumo, mercados ambulantes, restaurantes u hoteles encontraron en el e-commerce no solo un salvavidas sino además una buena forma de llegar a los consumidores.
Algunas personas ya lo están señalando como una nueva manera de circuito corto, por cuanto elimina a intermediarios, y por tanto una importante oportunidad para el avance de los sistemas alimentarios locales. No obstante, surge la cuestión de si el aumento de escala de la utilización de la herramienta de compra online es sostenible desde el punto de vista climático y si puede convertirse en una herramienta de transformación del sistema alimentario.
No nos engañemos, aumenta el número de desplazamientos y por tanto de emisiones, y es necesario analizar este tipo de herramienta y adaptarla a nuestras necesidades de lucha contra el cambio climático y no caer en la contradicción de querer consumir un producto ecológico, proveniente de un productor local, pero que genere una huella climática inasumible.
Cuando hablamos de comercio online, lo primero que tenemos que saber es que no se trata de un todo homogéneo, sino que existen diferente modelos. Encontramos grandes compañías logísticas que se dedican a la distribución de todo tipo de productos, pero también encontramos a los supermercados, grandes, medianos, pequeños, restaurantes, empresas de catering e incluso pequeños productores y grupos de consumidores.
Lo importante a la hora de valorar su viabilidad es diferenciar sus objetivos y principios por los que se rigen. Así, para las grandes cadenas y supermercados, el objetivo primordial es la rapidez y no tanto la búsqueda de la eficiencia. Esto significa conseguir el menor número de movimientos por mercancía y aprovechar al máximo la capacidad. Se trata de dar satisfacción al consumidor lo antes posible casi a golpe de click y para ellos es imprescindible el aumento de movimientos.
Esta tipología es especialmente negativa en términos de cambio climático, pues implica un mayor número de desplazamientos, pero además se basa en un modelo altamente competitivo y centralizado donde dominará la empresa que tenga mayor capacidad de llevar mayor número de productos diversos con mayor rapidez. Los productores y consumidores pierden así el poder y control.
Para hacernos una idea, Amazon emitió 44.4 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono el año pasado, lo que equivale, prácticamente, a las emisiones de gases de efecto invernadero de Suiza o Dinamarca. Es decir, largas distancias, pocos viajes y mucho alimento transportado en cada uno de ellos genera mucho menos impacto que poca distancia, muchos recorridos y poco alimento por trayecto. Por poner un ejemplo: un camión de 16 toneladas genera el doble de emisiones que uno de 40 (por kg de alimento).
La ecuación es clara, a más kilómetros, más emisiones, y a menor tiempo, más emisiones y menos operadores. Por tanto, si queremos que existan circuitos cortos online y que sean climáticamente sostenibles, su diferenciación estribará en su huella ecológica, por lo que habrá que buscar la eficiencia. Es decir, ser más lento para aprovechar los transportes. Para ello, necesitamos un consumidor más consciente y que valore la responsabilidad de su compra.
Además, otro elemento clave a tener en cuenta en este tipo de comercio y su viabilidad son los residuos generados –que, en este momento, ya son dramáticos–. En Estados Unidos, por ejemplo, casi un tercio de los residuos provienen ya del envasado de las ventas online. Un nuevo estudio, elaborado por científicos de la Universidad de Manchester, estima que los envases de la comida para llevar alcanzan los 2025 millones de recipientes cada año solo en la Unión Europea. Una cifra que ha aumentado considerablemente en la última década y que lo seguirá haciendo en los próximos años.
La inmensa mayoría, además, no son reciclables. Los datos del estudio muestran que si se consiguiera reciclar solamente la mitad de todos estos residuos provenientes de la comida para llevar, se ahorraría la emisión de un equivalente a más de 61.700 toneladas de dióxido de carbono. Una contaminación atmosférica similar a la generada anualmente por más de 55.000 automóviles. Esto quiere decir de nuevo, que una apuesta social de comercio online, debe incluir este aspecto en sus objetivos y definición, la reducción de uso de envasados, plásticos y demás.
Está claro que hemos iniciado este camino del comercio de alimentación y que ha llegado para quedarse. También que puede convertirse en una buena herramienta que empuje el actual proceso de transformación alimentaria hacia uno más sostenible, social y justo. Pero para ello es necesario contar con el territorio e implicar a la agricultura y ganadería local, de pequeña escala y ecológica, además de generar sistemas logísticos de bajo impacto. Sin olvidarse de dirigir esos productos a las poblaciones de barrios con menos renta y menor acceso a la alimentación sana y fresca. Más aún con el previsible aumento de precios que viviremos con la crisis económica.
Para todo esto es imprescindible contar con una política y apoyo público que colabore al desarrollo de estos proyectos. Es interesante, en ese sentido, la iniciativa de la ciudad de Medellin, llamada Compra local, una plataforma que permite a los productores de los Mercados Campesinos realizar sus ventas de manera digital a través de una página que recibió 12.000 visitas en su primer día. En tres días se vendieron 8,2 toneladas de alimentos de productores campesinos, lo que representa un ingreso de más de 16 millones de pesos –unos 4.000 dólares– para las diez familias que entregaron su producción con apoyo en logística y transporte de las autoridades locales.
No podemos dejar la compra online en manos de las grandes corporaciones, sino que debemos utilizar esta herramienta para transformar nuestro sistema alimentario hacia uno que ponga el derecho a la alimentación y la lucha contra el cambio climático en el centro.