Artículo de opinión de Javier Guzmán, director de Justicia Alimentaria
Publicado de manera original en NuevaTribuna.es
Estos días en la cumbre de Glasgow se ha hablado casi de todo, pero sorprende que no haya habido un día para hablar en exclusiva de la relación del sistema alimentario y el cambio climático. Sorprende porque apenas se ha abordado uno de los grandes causantes de gases de efecto invernadero, que no es otro que la ganadería industrial.
Y no es cualquier cosa, se calcula que el 18% ni más ni menos provienen de este sector, y nuestro país es una de las grandes chimeneas a nivel global. Para entender esto, hay que hacer un poco de disección de estos humos. Así, tenemos que el origen de los gases de efecto invernadero asociado a la ganadería proviene de la producción y consumo de piensos, la fermentación entérica de la producción bovina y en tercer lugar el estiércol producido en las granjas, fundamentalmente producidos por los purines porcinos. La producción ganadera representa el 81% de las emisiones de la fase de producción y el 57% del total del sistema alimentario. De estas, la inmensa mayor parte es debido a la producción de carne y derivados (más del 80%).
Pero si entre todos ellos tuviéramos que elegir uno, sin duda este sería el pienso. La gran fuente de emisiones, no solamente de la ganadería, sino de todo el sistema alimentario, y una de las principales a nivel global, es la producción de piensos. Para entender la magnitud de lo que estamos hablando, en nuestro país, los piensos para la ganadería industrial emiten prácticamente lo mismo que toda la industria energética. El doble que el resto del sector industrial (excluido el energético), tres veces más de lo que generan todos los residuos en el Estado, 12 veces las emisiones del transporte aéreo, el doble de la emisión del transporte en camiones por carretera y el 80% de las emisiones anuales de los turismos en el Estado. ¿Cómo es eso posible? Normalmente, cuando pensamos en la ganadería vemos las granjas y los animales, pero nos falta el primer paso: la comida en sí. En los sistemas de producción industrial (especialmente en el de la carne), ello equivale a decir pienso, y siendo aún más concretos, a decir cereales y soja. La ganadería industrial es tan emisora porque, además de la emisión específica de los animales, está también la inmensa cantidad de agricultura industrial destinada a alimentarla. Son miles y miles de hectáreas de cultivos altamente intensivos en emisiones, y si a menudo no aparecen en nuestra cuenta de resultados con la magnitud requerida es porque la mitad de ellos están fuera de nuestras fronteras. En efecto, de la cantidad total de GEI atribuida a las materias primas utilizadas en la fabricación del pienso en el Estado, el 56% son importadas
Nadie en Europa fabrica tanto pienso como el Estado español, de hecho somos una auténtica potencia mundial, los cuartos productores mundiales (junto a México), solamente superados por China, EE. UU y Brasil. Y con todo eso, los puertos estatales son un verdadero hub mundial de entrada de cereales y soja destinados a la alimentación animal, así nos hemos convertido en el primer importador europeo de materias primas para pienso: uno de cada tres kilogramos de cereal que importa Europa lo importa el Estado español.
La conclusión es obvia, si los gobiernos quisieran abordar la reducción de estos gases, deberían básicamente reducir uso de pienso, purines y cebaderos de bovino. Para esto hay una medida imprescindible, acabar con los subsidios a la ganadería industrial y apostar por la transformación de este sector de manera urgente.
Y esto apareció finalmente el pasado sábado en la cumbre, dónde se aprobó lo que se ha venido en llamar la Agenda de Acción Política, y que España ha firmado, y que pone énfasis en la necesaria transición agraria a sistemas sostenibles y bajos en emisión. Y para ello pide cambiar el actual sistema de subvenciones agrícolas, incentivando nuevas formas de producir.
Pero ya pueden imaginar, nada de cantidades, métodos, objetivos, que es justamente lo que necesitamos, porque miren, en países como el nuestro, no es que haya que apoyar nuevos sistemas, es que es urgente desincentivar el actual modelo que ha sido alimentado con dinero público a través de ayudas directas e indirectas de la PAC (Política Agraria Común) durante décadas y hasta el día de hoy, sin el cual no sería en absoluto rentable. Hagan la cuenta, el coste de producción medio de 1 kg de carne de porcino que representa la alimentación (el pienso) en el Estado español es el 73% del total de costes. Si el 64% de la composición de ese pienso es cereal y el coste de ese cereal está subvencionado en un 57%, eso quiere decir que, al menos, un 37% de los costes de producción de la carne de cerdo están subvencionados. Sumemos ese 37% al 18% que son subsidios directos que recibe la producción de carne de cerdo y el resultado es que el 55% de los costes de producir carne de cerdo están subvencionados.
Se trata de dejar de meter dinero público en las fuentes de emisión y trasladarlo a los sumideros, es decir, desmantelar la agroganadería corporativa y apoyar intensamente una transición alimentaria basada en los sistemas alimentarios locales de base agroecológica y familiar. No es que sea una posibilidad, sino una obligación. Los datos nos indican, sin lugar a dudas, que no hay estrategia posible frente a la emergencia climática si no se aborda la ganadería industrial. Así de simple.
Por cierto que la reforma de la PAC se ha firmado este mismo año ratificando la continuidad de este sistema perverso y lo otro es bla bla bla.