La Covid19 nos ha mostrado, una vez más, hasta qué punto nuestro modelo económico y social es extremadamente frágil y vulnerable. Aparentemente sólido y seguro, en poco más de dos meses el mundo se ha puesto patas arriba y los humanos hemos aprendido, de golpe, hasta qué punto esa solidez y seguridad era un espejismo.
Uno de los actores económicos que, sin duda, mostrará músculo cuando las aguas sanitarias empiecen a bajar, será la gran industria alimentaria y las principales cadenas de supermercados. A pesar de los pesares, nos dirán, hemos cumplido con nota. En medio de la parálisis y el caos, nuestros lineales estaban llenos de productos alimentarios. Somos, junto con el sistema sanitario, lo esencial de lo esencial, dirán.
¿Es así? ¿El sistema alimentario altamente industrializado y globalizado, gobernado por cuatro grandes corporaciones transnacionales es sólido y seguro? O será igual que la imagen que describíamos al principio: un espejismo. Una falsa sensación de seguridad y control cuando en realidad esa cadena global es extremadamente vulnerable.
El siglo XXI se está caracterizando, entre otras cosas, por su volatilidad. Tenemos que ir acostumbrándonos ya a que las crisis y las turbulencias globales van a ser cada vez más frecuentes y de efectos más profundos. Así hemos construido las sociedades capitalistas durante los últimos decenios y así se comportan, como un todo interconectado y desregulado. Ahora ha sido una crisis sanitaria humana, antes lo fueron crisis sanitarias animales, o crisis especulativas financieras, vendrán crisis climáticas, crisis energéticas, crisis de minerales y materiales esenciales, volverán las sanitarias, etc.. En un escenario como ese, lo que tenemos que pedir a los sistemas esenciales para la vida se resume en una palabra: resiliencia. La capacidad de un sistema para recuperar su estado inicial una vez la perturbación ha cesado.
El sistema alimentario convencional es muy poco resiliente, anclado en el mercado internacional de personas y materiales, cualquier disrupción en este significa el bloqueo, la parálisis y el desabastecimiento. Si mañana Argentina y Brasil deciden cerrar sus puertos comerciales, pasado mañana no tenemos piensos y la ganadería industrial se para de golpe. Si las fronteras sur se mantienen cerradas, la mano de obra semiesclava que es contratada para la recolección de fruta deja de llegar y la fruta se pudrirá en los campos. Si se cierra el grifo del gas natural por conflictos orientales, se acabaron los fertilizantes sintéticos y los agrotóxicos que permiten funcionar a la agricultura industrial.
La resiliencia se consigue a través de los sistemas alimentarios locales. Resiliencia y relocalización van de la mano. Es una desgracia que tenga que haber sido la Covid19 la que nos haya mostrado la absoluta importancia de disponer de producción estatal de productos esenciales para la vida. Ahora lo han sido las mascarillas y demás material sanitario, la alimentación lo es ahora y siempre lo será, un sector esencial. Un territorio como el nuestro tiene capacidad más que de sobras para alimentar a su población y hacerlo en base a sistemas alimentarios locales, de producción agroecológica y basados en una inmensa red de producción, transformación y distribución local. Ello nos da la resiliencia. Se puede argumentar que la producción alimentaria actual ya se produce en nuestro territorio, que no hace falta relocalizar porque ya está localizada. Como antes decíamos, es un espejismo. Lo que hace la agricultura y ganadería industrial es ensamblar componentes que vienen del mercado internacional o basar su subsistencia en la agroexportación. Estamos sentados en una inmensa telaraña, cualquier pequeña brisa nos hace temblar. La realidad es que en el caso español y europeo tenemos una extraordinaria dependencia de los mercados exteriores y de la importación de alimento, un sistema basado en petróleo barato y alimentos kilométricos, que además desde el punto de vista climático no tiene ninguna viabilidad.
Necesitamos por tanto una transición a un modelo alimentación resiliente basado en sistemas alimentarios locales, sostenible desde el punto de vista climático, y que asegure una alimentación sana a toda la población, y más en este momento dónde no es difícil imaginar que grandes capas de nuestra sociedad se van a ver golpeadas, y verán en riesgo derechos básicos, como son el de la vivienda, y una vez más, como en la crisis del 2008, el derecho a la alimentación.
En aquellos años de crisis, hubo más de 1 millón de personas que fueron beneficiarias de los bancos de alimentos, los cuales tienen enormes carencias, cómo son el tipo de alimentación, generalmente procesada y con poco aporte de productos frescos y sanos, y además generando un enorme estigma social. Por otro lado, estos bancos de alimentos además, se nutren fundamentalmente de los sobrantes de las grandes cadenas de supermercados.
Pero para abordar esta relocalización de nuestro sistema alimentario y agrario necesitamos como condición sine qua non, la intervención de lo público.
Esa crisis de la Covid19 ha devuelto a lo público la importancia que tiene. La sanidad pública en particular pero la cosa pública en general. Es posible que ahora nos acordemos de las mareas blancas y los meses, años, de lucha del personal sanitario alertando de las consecuencias de desmantelar la sanidad pública. Resulta curioso pensar que los recortes del austericidio nos van a costar mucho dinero. Recortar en servicios esenciales, sale caro, muy caro. Hace unas semanas quien se movilizaba era el sector primario, clamando a quien quiera escuchar que ya no pueden más.
Pues bien ha llegado el momento de reivindicar lo público en la alimentación, y actuar ya, con medidas concretas.
- Orientar la compra pública alimentaria: servicios educativos, sanitarios, sociales a sistemas locales
- Establecimiento de cocinas municipales para abastecer los sistemas de compra pública de alimentos
- Recuperar los mercados municipales y establecer políticas para lograr un abastecimiento territorial y destinado a los barrios.
- Intervención en la regulación de los precios de los alimentos de la canasta básica.
- Establecimiento de una red de supermercados públicos en los barrios con menor acceso a la alimentación sana y fresca.
- Intervención en los centros logísticos como la red Merca.
- Puesta en marcha de infraestructuras públicas para la agricultura y ganadería de pequeña escala.
- Orientación del reparto de las subvenciones de la PAC al modelo de agricultura y ganadería sostenible y familiar
- Puesta en marcha de planes de ordenación agraria, así como de agricultura periurbanas.
Necesitamos ya, los instrumentos públicos necesarios para poner en marcha una estrategia hacia la creación de sistemas alimentarios locales, resilientes, saludables y, sobre todo, populares. Sistemas alimentarios locales hegemónicos que aseguren una alimentación sana a toda la población, pero para ello hace falta crear el hardware alimentario, las infraestructuras por las que circularan los alimentos locales.
Tenemos ejemplos diversos de experiencias que nos permiten mostrar que, efectivamente, cuando existe una potente red de alimentación local, esta es extremadamente resiliente. Pero estas redes hay que crearlas ya. No podemos esperar a que nos venga la siguiente crisis, la que sea. Porque como hemos visto con el tema sanitario, años de desballestamiento no se compensan con tres semanas de apoyo. Esto no funciona así. Años destruyendo los sistemas alimentarios locales no se van a revertir en 15 días.
Necesitamos un auténtico plan público de relocalización alimentaria y de intervención pública en la alimentación que tenga como objetivo asegurar nuestro derecho a una alimentación, sana, justa y sostenible.
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