Artículo de opinión de Javier Guzmán, director de Justicia Alimentaria
Publicado de manera original en Nuevatribuna.es
Estos días que se celebra la cumbre climática COP 26, observamos atónitos como diferentes sectores y empresas la utilizan como una pasarela dónde exhibir sus nuevos modelos en forma de productos o mejoras contra el cambio climático, lo verdes que son en definitiva. Pero ya entenderán que una cosa es lo que se dice y otra bien distinta la realidad. Uno de los sectores que exhibe con más intensidad su transformación es el sector alimentario, dónde de un día para otro, casi podríamos decir a reacción, se ha convertido todo ello en BIO, saludable, animal friendly, etc… En este artículo sin embargo, veremos cómo si miramos más cerca la prenda, veremos que se trata simplemente de unas sofisticadas estrategias de greenwashing y marketing.
Para ejemplo un botón. Miren, si tuviéramos que resumir sobre qué dos grandes ejes giran en nuestro país, el sector agrario y ganadero, serían la producción y exportación de porcino y frutas y verduras de invernaderos. Si ponemos en este último la lupa, veremos cómo solo los invernaderos de Almería y la costa de Granada dan de comer durante 9 meses a 500 millones de habitantes de la Unión Europea. Sus más de 30.000 hectáreas de invernaderos producen 4,5 millones de toneladas de frutas y hortalizas, y de ahí sale el 25% de todas las frutas y hortalizas que consume Europa.
Un sector por otro lado con muy mala prensa en Europa, sobre todo por los distintos documentales y reportajes que han corrido sobre la explotación de mano de obra, fundamentalmente inmigrante y mujeres, además de su impacto de explotación de acuíferos y contaminación, como vemos en el ejemplo del Mar Menor. Para contrarrestar esta imagen, el sector debe presentarse de una manera diferente ante el público y para ello ha encontrado una manera: la de realizar grandes campañas, algunas de ellas incluso financiadas por fondos públicos, y afirmando a bombo y platillo que los invernaderos son un elemento clave en la lucha contra la emergencia climática ya que «cada hectárea de invernadero solar absorbe 10 toneladas anuales de C02, que equivalen a la emisión diaria de 8 coches».
Y ahora, una vez realizado el truco y apagadas las luces del escenario, si miramos dentro de la chistera nos encontramos que no está el conejo, sino que la campaña se basa en un estudio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Murcia, que calcula solamente un valor: la cantidad de CO2 que las frutas y hortalizas absorben en su crecimiento. Las plantas utilizan el CO2 para vivir y gracias a la fotosíntesis lo utilizan para formar carbohidratos. La cantidad de CO2 que han «respirado» las plantas de invernadero y han acumulado en sus cuerpos en forma de carbono es la cifra anteriormente citada. ¿Quiere decir esto que los invernaderos han eliminado esa cantidad de CO2 de la atmósfera? Por supuesto que no. Cuando sean cosechadas ese carbono volverá a irse por donde ha venido.
La campaña intenta asociar el cultivo de invernadero al concepto de sumidero de carbono, sin embargo estos se refieren, para entendernos, a los bosques o cultivos leñosos. Los cultivos de ciclo corto no pueden considerarse sumideros, porque el carbono captado durante el crecimiento del cultivo es de nuevo liberado a la atmósfera tras la cosecha. Por tanto, esas 10 toneladas, esos 8 coches por cada hectárea de invernadero, entran y salen y suman 0 en el cómputo de emisiones.
La realidad que nos esconden, es que los invernaderos corporativos no son un sector eco friendly que reduce emisiones, sino que son una importante fuente de emisión de GEI del sector agrícola, que lanza a la atmósfera más de 1 millón de toneladas de CO2eq cada año. Esta chimenea de gases se refiere, solamente, a la fase productiva, a lo que ocurre dentro de los plásticos, pero a ello habrá que sumar el resto de fase de la cadena: la transformación, el transporte y la gestión de los residuos de los alimentos producidos. Cuando hablamos de emisiones enseguida aparecen cifras mareantes de millones de toneladas de CO2 equivalentes, y es fácil que, sin una referencia entendible a escala humana, no seamos conscientes de las magnitudes de las que estamos hablando.
Así, la fase productiva de la plasticultura de invernaderos emite lo mismo que si arrancan los motores de todo el parque automovilístico estatal y cada uno de los turismos existentes decide irse a 200 km de donde están. Podemos hacer más ejercicios. Los invernaderos del municipio de El Ejido emiten la misma cantidad de CO2 que si un tercio del parque automovilístico andaluz decidiera viajar de Almería a La Coruña. O los invernaderos de Almería y Granada, solamente en la fase productiva, emiten la misma cantidad de GEI que la mitad del tráfico aéreo estatal. Y así podríamos seguir un buen rato.
Más allá de la producción, la plasticultura de exportación se presenta como un prodigio de técnica destinada a reducir hasta límites inimaginables el uso de agua, de fertilizantes sintéticos, de emisiones, etc. En realidad toda esa sofisticación técnica, en lo que a emisiones se refiere, más que reducir, las incrementa. Si los invernaderos intensivos son una auténtica chimenea climática en su fase productiva, no podemos perder de vista que esta plasticultura corresponde, básicamente, a un monocultivo de exportación y que las emisiones del transporte son tan impactantes como la misma producción. Pensemos que, cada día, 1.500 camiones salen de los invernaderos de Almería cargados con más de 20 millones de kg con destino a Europa. Si la producción emite 1 millón de toneladas de CO2eq, ese transporte emite 0,7 millones. Es decir, emite casi tanto producir un tomate en intensivo como llevarlo a los mercados centrales europeos. Si a ello le sumamos las emisiones correspondientes al procesado y a la gestión de los residuos generados, tenemos que las emisiones de los invernaderos corporativos se elevan a más de 2,2 millones de toneladas de CO2eq.
Ya ven, los invernaderos no son una solución contra el cambio climático, necesitamos una transformación agraria que apueste por una agricultura de pequeña y media escala, que recupere la materia orgánica de los suelos y vinculada a los mercados locales. Empezamos a estar hartos de mentiras y más mentiras, y es hora que asumamos como sociedad que nos guste o no, necesitamos abordar transiciones estructurales y no de una manita de pintura verde.