Justicia Alimentaria ha participado en la realización del informe “Comer bien para vivir mejor: Reduzcamos nuestro consumo de carne” (Equo). Un estudio sobre los problemas del actual sistema alimentario con propuestas y alternativas para una alimentación respetuosa con la salud, el clima y los animales. En su elaboración, han colaborado representantes de conocidas organizaciones abordando el problema desde sus diferentes perspectivas. De entre estas organizaciones destaca Greenpeace, Ecologistas en Acción, Anima Naturalis, AVATMA, o el consejo de Dietistas y Nutricionistas, aportando cada una un ángulo de análisis así como propuestas alternativas.
En la presentación del informe Javier Guzmán, director de Justicia Alimentaria, ha reflexionado sobre los efectos de la ganadería industrial y las alternativas en los países del sur y ha sido muy claro al expresar que actualmente nos enfrentamos ante el grave problema de la ganadería industrial, cuyos impactos negativos sobre la salud y el medio ambiente están aumentando.
Hace más de cincuenta años comenzó una revolución agrícola, la llamada revolución verde, sin embargo, no se tiene en cuenta que existe, detrás de ella toda una revolución ganadera. La mayor parte de la transformación agrícola ha sido promovida para aumentar la producción de grano para consumo animal, por lo tanto, una revolución estrechamente ligada a los intereses de la ganadería industrial.
En los países del norte existe una preocupación por el consumo de carne y sus consecuencias en la salud, lo que ha supuesto una reducción en su consumo. Sin embargo, la producción de carne industrial ha ido en aumento. Los datos son impactantes, en Cataluña hay 7 millones de cerdos (tantos como personas) para los cuales, el Estado Español importa más del 90% de pienso que consumen, lo que implica una huella ecológica alarmante.
Lejos de verse como un problema, la política agraria común apoya todo el sistema mediante una serie de leyes favorables que impulsan la ganadería y todos los cultivos relacionados con ella, los cuales la abastecen con la materia prima. Como efecto directo de estas políticas tenemos una reducción del precio de la carne cuando es un alimento que tiene un elevado coste.
Este modelo industrial ha modificado brutalmente la realidad agrícola de los países del sur, que se han visto obligados dedicar cada vez mayores proporciones de tierra al cultivo destinado a la alimentación animal. Se trata de países que se han visto presionados por políticas agrarias que tienen como fin aumentar la producción abaratando costes. Es el caso de países como Paraguay, donde el 96% de sus cultivos se dedican a la exportación para la ganadería. Otros ejemplos de los efectos directos de esta industria serían la deforestación de América latina que en su gran mayoría tiene que ver con piensos y pastos o el problema de expulsión de campesinos de sus tierras en África con el fin de producir monocultivos.
¿Cómo es posible que se permitan estas terribles consecuencias?, ¿por qué no se camina hacia alternativas más sostenibles? La industria ganadera se ve respaldada porque es un sector de gran relevancia para la economía. En el Estado español, solo el sector cárnico (que regula e impulsa leyes) supone 22.000 millones de euros, esto se traduce a un 14% de PIB industrial. Por lo tanto, si quisiéramos reducir la producción de carne, tendríamos que desamortizar el sector ganadero, el cual genera más de 80.000 empleos directos. Es un sector clave en la economía española pues tiene una balanza de pagos positiva del 395% ya que exportamos carne a medio mundo.
Al mismo tiempo que la economía se ve favorecida por esta industria, los países beneficiados se convierten en responsables de sus efectos en el resto del mundo. Además del fatal impacto social y ecológico ya mencionado, hay que sumar el impacto en la salud. Solo en el estado español, la alimentación insana produce 90.000 muertes al año, lo que genera 20.000 millones de euros de gasto en el sistema sanitario.
Cuando exportamos estos datos a países del sur, países cuyos sistemas sanitarios no pueden hacer frente a tales problemas, nos encontramos que las consecuencias se agravan. En Namibia y Zimbabwe, más del 20% de la población padece sobrepeso; en Colombia, el 40%. Se trata de países que no pueden soportar el impacto de la ganadería industrial, de la alimentación barata, procesada y en definitiva insana.
La solución a este grave problema la tienen que dar los países responsables que se están beneficiando a costa de que otros sufran sus impactos. Parece difícil que un país cárnico-dependiente (económicamente hablando) vaya a proponer respuestas políticas y una transformación de este gran negocio. Pero la realidad es que si permitimos la desaparición de la agricultura y ganadería campesina no podremos salir de la encrucijada climática y alimentaria en la que estamos.
Necesitamos un cambio radical que apueste por la reducción de consumo de proteína animal, que apueste por las de origen vegetal y que al mismo tiempo promueva un cambio en el sistema de producción que cuide de la ganadería y agricultura campesina, más sostenible y capaz de proporcionar alimentos saludables para todos.