Javier Guzmán, director de VSF Justicia Alimentaria Global
Artículo de opinión publicado en Nuevatribuna.es
Es muy probable que a estas alturas usted ya haya oído hablar el aceite de palma. Los medios de comunicación no han tenido otra que sacarlo a la luz después de la evidencia científica y presión de las organizaciones sociales. Ya le habrán contado que consumimos aceite de palma cada día, que está presente en todos lados, bollería industrial y chocolatinas, pizzas, cereales… Bueno, en todos lados no, únicamente en alimentos procesados. Pero esto no es nuevo, hace 30 años la industria alimentaria apostó por estas plantaciones pasando entonces de una producción de 1,5 millones de toneladas a los 50 millones de toneladas de hoy, con las consecuencias brutales de expansión de monocultivos, expulsión de familias campesinas, acaparamiento de tierra y recursos hídricos, uso de agrotóxicos, pérdida inmensa de biodiversidad, etc..
También habrá oído que genera problemas de salud muy importantes como cánceres o cardiopatías. Parece que empieza a haber cierto consenso en que habría que limitar el consumo de este producto nocivo e incluso se ha presentado una propuesta no de ley en este sentido. Y esto es urgente y necesario, pero no nos podemos parar ahí. La cuestión no se trata tan solo de eliminar el aceite de palma sino abordar políticamente una problemática que está condicionando nuestra salud presente y futura. Se trata de la alimentación insana derivada del exceso de alimentos procesados y ultraprocesados en nuestra dieta.
El 70% de lo que comemos son alimentos procesados
La evidencia científica es incuestionable. La alimentación insana es ya la primera causa de enfermedad y pérdida de calidad de vida en el mundo, también en el Estado español. Tal y como se recoge en la campaña “Dame Veneno” que lanzó VSF Justicia Alimentaria Global hace unos meses, la alimentación nos está enfermando. Esto es así porque los últimos 20 años nuestra dieta ha cambiado. El 70% de lo que comemos son alimentos procesados. Es en estos productos donde viajan los ingredientes críticos, que son la sal, el azúcar y la grasa, también el del aceite de palma. Pero si observamos qué está pasando con productos como el azúcar o la carne proveniente de la ganadería industrial nos daremos cuenta que son iguales a la palma tanto en el funcionamiento de la cadena de producción, grandes multinacionales, explotación, conculcación de derechos humanos, ataque al medio ambiente como en sus efectos en la salud de los ciudadanos.
En el Estado español se ha incrementado muy considerablemente el consumo de dichos ingredientes críticos, a pesar de que la inmensa mayoría de la población sabe que hay que reducirlos. Esto no es debido a que de pronto todos los países al unísono nos hemos puesto de acuerdo en llevar una mala vida, se trata fundamentalmente del poder inmenso que la industria alimentaria que ha ido ganando llegando a convertirse en un agente capaz de condicionar el sistema de producción, el consumo alimentario y las decisiones políticas.
90.000 muertes evitables al año
Así en el Estado español, pueden atribuirse a la alimentación insana 90.000 muertes evitables al año, entre un 40-55% de las dolencias cardiovasculares, un 45% de las diabetes y entre un 30-40% de algunos cánceres como los de estómago y colon. Una estimación del impacto económico de las enfermedades asociadas a una dieta insana nos ayuda a poner sobre la mesa la magnitud del problema: 20.000 millones de euros anuales. Esto es el 20% del presupuesto en sanidad, y sigue creciendo. En palabras de la Directora de la Organización Mundial de la Salud (OMS) estas y otras enfermedades asociadas a la alimentación insana son las que van hacer saltar la banca.
Además sabemos que estás enfermedades no nos afectan a todos por igual, sino que afectan fundamentalmente a las clases con menos renta. Esto es así porque la comida sana es cara, cada vez más cara lo que hace que amplias capas de la población de nuestro país no puedan acceder. El estudio “The rising cost of a healthy diet” analizó la evolución relativa de los precios entre dos grupos de alimentos: por un lado, aceites, grasas, azúcares y alimentos altamente procesados; y por el otro, frutas y verduras. Se realizó en Estados Unidos, Reino Unido, Brasil, México y la República de Corea. El resultado indicó que los precios de frutas y verduras han aumentado considerablemente desde 1990 (entre un 2 y un 3 por ciento al año en promedio, o un 55-91 por ciento entre 1990 y 2012. Al mismo tiempo, la mayoría de los alimentos procesados estudiados son más baratos ahora que en 1990.
Se calcula entonces que un 45% de la población española no puede pagarse una dieta saludable. Ni siquiera estamos hablando de alimentación ecológica o local, cuyo precio medio es un 35% más caro que la convencional, si no simple y llanamente seguir las recomendaciones nutricionales básicas. Por lo tanto, están condenadas a enfermar de algo totalmente evitable. En resumen estamos inmersos en un sistema dual de alimentación, donde unas élites se alimentan cada vez mejor, y una inmensa mayoría lo hacemos cada vez peor, pagando con nuestra salud el beneficio de un puñado de multinacionales.
Medidas que no pueden esperar
Frente a esta realidad es evidente que necesitamos urgentemente una política alimentaria que priorice los objetivos de salud pública, como ya están haciendo varios países de nuestro entorno y que tiene que pasar por establecer una política fiscal alimentaria orientada a abaratar los precios de los alimentos con buen perfil nutricional y encarecer los alimentos con mal perfil nutricional (alimentos insanos). La prohibición de la publicidad de alimentos y bebidas malsanas dirigida a la infancia. Y finalmente, establecer un etiquetado obligatorio para todos los productos alimenticios y bebidas que indique de manera sencilla y clara si contienen altas, medias o bajas cantidades de los ingredientes implicados en las enfermedades vinculadas a su consumo excesivo, en función de las recomendaciones de la OMS.