Los efectos de la ganadería industrial y las alternativas en los países del Sur
Artículo de Javier Guzmán, director de Justicia Alimentaria, extraído del informe: Comer bien para vivir mejor
Los últimos cincuenta años nos hemos acostumbrado a oír nombrar la famosa revolución verde que no es sino el proceso industrializador basado en el control corporativo de los recursos. Ésta mal nombrada revolución nos ha dejado unos efectos dramáticos, tanto desde el punto de vista del derecho a la alimentación, como la destrucción de la biodiversidad, y está comprometiendo la viabilidad de las comunidades campesinas en todo el mundo. Sin embargo, poco se ha hablado de la revolución ganadera. Una revolución silenciosa generada por políticas neoliberales y desregulatorias donde el control corporativo se ha incrementado como nunca antes y sus efectos perniciosos son evidentes. Estos efectos, si bien podemos decir que atañen a todos los países, en los países del sur son todavía mucho más dramáticos.
Impactos sobre la salud
Uno de los más importantes tiene que ver con la salud. Como efecto directo de esta revolución tenemos el aumento dramático en las últimas décadas del consumo de carne a nivel mundial y la tendencia en el futuro sigue al alza. Se estima que crecerá un 76 por ciento en 2050. Hablamos de carne proveniente del modelo industrial, carne barata y de baja calidad que ya representa el 80 por ciento del consumo mundial de los últimos años, dándose una alteración de las dietas a nivel global y, sobre todo, un aumento del consumo de productos cárnicos procesados. Si bien sabemos que la alimentación insana según datos de la OMS, es el primer problema de salud pública a nivel mundial, derivado sobretodo del exceso de consumo de alimentación procesada, con altos niveles de azúcar, grasas y sal, éste ataca sobre todo a la población más pobre. Así lo reflejan los datos del informe realizado por el Instituto de Desarrollo de Ultramar a principios de este año, que mostró que más de un tercio de los adultos del mundo tienen sobrepeso y que casi dos tercios de las personas con sobrepeso en el mundo se encuentran en países de bajos y medianos ingresos. El número de personas obesas o con sobrepeso en los países empobrecidos aumentó de 250 millones a casi mil millones en menos de tres décadas, y estas tasas de crecimiento están aumentando de forma más rápida que en los países ricos. Así, nos encontramos datos como que, en Colombia, el 41% de la población tiene sobrepeso; en Namibia, el 21% de las mujeres tienen sobrepeso; en Zimbabwe más del 23%. En términos económicos esto significa que los costes de la desnutrición y las carencias de micronutrientes representan entre el 2% y el 3% del PIB mundial, lo que equivale a entre 1,4 y 2,1 mil millones de dólares por año. Todo esto sin contar con el impacto que sobre la salud tiene el uso masivo de antibióticos por parte de la industria. Se calcula que en el año 2030 su uso se habrá incrementado en un 67%, lo que representa una "amenaza para la salud pública", según afirma un estudio recientemente publicado en el Proceedings of the National Academy of Scientists (PNAS) de Estados Unidos, además de las 25.000 muertes que el Centro Europeo para la Prevención y el Control de las Enfermedades calcula que originará la resistencia a los antibióticos.
Impactos ecológicos
Otro de los impactos más importantes que tiene la ganadería ya sabemos es sobre el medio ambiente. La expansión del consumo de carne y ganadería industrial es el responsable directo de más del 18% de las emisiones de gases de efecto invernadero, pero además, debido a su dependencia de cultivos destinados al pienso animal como la soja transgénica, genera una enorme presión sobre la frontera agrícola y recursos hídricos. Pero para que esta revolución de la que hablábamos haya podido tener lugar, antes ha necesitado ejecutar todo un cambio radical en la producción agrícola, sobre todo en los países del sur. Esto es fácil de entender, en cuanto observamos que la clave de bóveda se encuentra en la dependencia absoluta de este sistema en los piensos concretados a base de maíz, soja, y otros cereales. Fundamentalmente en su necesidad de consumo de grandes cantidades de proteína para aumentar el crecimiento de los animales, peso y productividad. Según la FAO, entre el 20 y 30% del forraje de los animales a nivel global se basa en concentrados. Pero si por ejemplo nos fijamos en el Estado español, podemos comprobar cómo el 92% de la soja importada se dedica a los piensos industriales. Los datos de la UE nos dicen que el 75% de todas las importaciones agroalimentarias no tienen como destino la alimentación humana sino la animal, y que de todas ellas, el 75% es soja. Este cambio de modelo se ha realizado a costa de un brutal cambio agrícola en gran parte de los países del sur, que están dedicando sus mejores tierras al cultivo de forraje presionados por las propias políticas agrarias de Europa y EEUU con el afán de conseguir grandes volúmenes de producto a menor precio, así países como Paraguay sólo dedican el 4% de sus tierras a la producción para alimentación interna. Una de las zonas más castigadas por el fenómeno de la expansión de monocultivos destinados al forraje la encontramos en América Latina. La FAO explica que la ganadería utiliza hoy en día el 30 por ciento de la superficie terrestre del planeta, que en su mayor parte son pastizales, pero que ocupa también un 33 por ciento de toda la superficie cultivable, destinada a producir forraje. La tala de bosques para crear pastos es una de las principales causas de la deforestación, en especial en Latinoamérica, donde por ejemplo el 70 por ciento de los bosques que han desaparecido en el Amazonas se han dedicado a pastizales.
Impactos sobre el campesinado
Y como consecuencia de este cambio en el uso de la tierra, tenemos el tercero de los efectos que más impactan en los países del sur: la expulsión de campesinos de sus tierras para plantar monocultivos de cereales u oleaginosas destinadas a la alimentación animal, la desaparición de la ganadería campesina y modos de vida asociados. Este es el fenómeno del “acaparamiento de tierras”. Según la FAO, el 80% de las tierras agrícolas disponibles se encuentran en América del Sur y África, y para el año 2030, harán falta 130 millones de hectáreas nuevas para poder producir los alimentos necesarios. Además el cambio de uso de la tierra por parte de la ganadería industrial y los cultivos asociados han generado una crisis añadida en África, sobre los propios pastoralistas. Sabemos que el 40 por ciento de la superficie terrestre del mundo no tiene condiciones suficientes para desarrollar cultivos agrícolas, y estas tierras son aprovechadas por ganaderos ambulantes para alimentar sus animales. La mitad de la África subsahariana está compuesta por tierras áridas donde millones de personas viven del pastoreo, que están perdiendo el acceso al territorio y pastos debido a la expansión de las actividades de los terratenientes y ganaderos. Según la Organización de la ONU para la Agricultura y la Alimentación (FAO) con la eliminación de los pastizales eliminamos una herramienta fundamental en la lucha contra el cambio -los pastizales pueden secuestrar hasta el 9,8% de las emisiones de carbono-, y liberar “un potencial de generación de ingresos capaz de sacar a millones de personas de la pobreza”.
Alternativa: la agricultura campesina
Quizá este último impacto, la desaparición de la agricultura y ganadería campesina sea uno de los más preocupantes, pues es en ellas y no en las soluciones tecnológicas dónde podremos encontrar la salida a la encrucijada en la que nos encontramos. El alimento está ya en el centro de esta crisis climática y alimentaria. Somos conscientes que la población seguirá aumentando los próximos años, y con ello la demanda de alimentos, pero también sabemos que existe un importante consenso en los estudios de proyección sobre el calentamiento mundial que hablan de la reducción del potencial de producción de la agricultura mundial por efecto del cambio climático, fundamentalmente los países del sur. Por tanto, nunca antes en la historia habíamos tenido la necesidad urgente de cambiar el sistema alimentario global para responder a las actuales crisis y genere la viabilidad de sistemas que pongan en el centro la reproducción de la vida y no la maximización de beneficios de un puñado de empresas. Lejos de esto, caminamos en la dirección contraria hacia el colapso de los sistemas alimentarios, donde los gobiernos siguen proponiendo la agricultura y ganadería industrial y sus cadenas globalizadas de comercialización como la solución al problema. Sin embargo, frente a esta inercia cortoplacista se abre camino en las sociedades la necesidad de un cambio radical que apueste, por el lado del consumo, por un cambio de dieta, reduciendo drásticamente el consumo de carnes rojas y procesadas, sustituyéndolas por proteínas de origen vegetal, y por otro lado un cambio en los sistemas de producción de menor cantidad y de mejor calidad, basados en una ganadería y agricultura campesina que contribuya directamente a enfriar la tierra utilizando prácticas agrícolas que reduzcan las 33/76 emisiones de CO2 ,y el uso de energía por los campesinos y que sea capaz de proporcionar alimentos saludables y frescos a la inmensa mayoría de los habitantes de este planeta. Los peores efectos del desastre alimentario y climático lo están padeciendo los países del sur, pero paradójicamente son en sus agriculturas y ganaderías donde reside la esperanza para todos.