Artículo de opinión de Javier Guzmán, director de Justicia Alimentaria
Publicado de manera original en Lamarea.com
El plástico en el sistema alimentario se encuentra en muchas formas diferentes. Por ejemplo, en agricultura se utiliza para invernaderos, túneles de cultivo, mantillas de cobertura y sistemas de riego. En el procesado, almacenamiento y distribución de alimentos, se utiliza en forma de cajas de embalaje, envoltorios y multitud de equipos industriales; el envasado es una parte crucial de las ventas, la comercialización y el consumo de alimentos. A esto hay que sumarle el plástico asociado a la alimentación en los hogares. Mucha de esta contaminación plástica y microplástica acaba en la tierra, en los campos de cultivo.
Tal y como denunciamos las organizaciones Justicia Alimentaria y Amigos de la Tierra en el informe Plastívoros, los microplásticos presentes en la tierra son mucho más numerosos que los acuáticos y, de hecho, la inmensa mayoría del plástico que encontramos en los sistemas acuáticos tiene su origen en una contaminación terrestre anterior. El informe señala que la contaminación microplástica en la tierra podría ser hasta 23 veces mayor que en el océano y apunta que, de hecho, aproximadamente el 80% de la contaminación por microplásticos en el océano proviene de la tierra. De esta enorme cantidad, una buena parte descansa en nuestros suelos agrarios, y todo parece indicar que la mayor puerta de entrada de microplásticos a los suelos agrarios —más allá de los propios residuos generados por la misma actividad agrícola- se encuentra en el uso de los lodos de depuradora como fertilizante.
Para entenderlo fácilmente, sabemos que todo el agua que consumimos de una manera u otra termina en las plantas de tratamiento de aguas residuales y que, una vez allí, las aguas sucias son tratadas física, química y/o biológicamente para poder devolver parte de ellas al sistema con ciertas garantías. Uno de los subproductos de este proceso son los fangos o lodos de depuradora. Pero en los tratamientos que se efectúan de filtrado no eliminan los microplásticos presentes en estos. De hecho, en el tratamiento de aguas residuales, más del 90 % de los microplásticos se retienen en el lodo.
Y la cosa se complica cuando observamos que los lodos o fangos de depuración, ya sean procedentes de estaciones de aguas residuales urbanas o industriales, se venden y utilizan para la fabricación de fertilizantes y que, obviamente, acaban en nuestros campos.
Para hacernos una idea del volumen del desastre, a nivel europeo se estima que se agregan anualmente entre 125 y 850 toneladas de microplástico por millón de habitantes a los suelos agrícolas por aplicación directa de lodos de depuradora. Estas cifras son mucho más altas que las de la contaminación de aguas superficiales que, para Europa, se estiman en alrededor de 110-180 toneladas de microplásticos por millón de habitantes emitidas anualmente a las aguas superficiales. A nivel estatal, obtendríamos la friolera cifra de más de 17.000 toneladas anuales de microplásticos vertidos en nuestros suelos agrarios. Esto equivale a más de 3.000 toneladas de bolsas de plástico de supermercado o, lo que es lo mismo, como si cada habitante del Estado español enterrara 72 bolsas de súper en los suelos agrarios, cada año.
Y esto es así porque la actual regulación del uso de estos lodos es del todo obsoleta, pues solo tiene en cuenta fundamentalmente la presencia en su contenido en metales pesados, ya que es el componente más tóxico. Si en el análisis los niveles de metales pesados son elevados y su toxicidad para suelos agrícolas también—, entonces se llevan a vertederos o se incineran. Si los niveles y toxicidad están en la media, se compostan. Y si son aptos, el destino de los lodos de depuradora son los suelos agrícolas, donde se usan como fertilizante.
Si centramos la atención en el Estado español, según datos del Registro Nacional de Lodos, el 80 % de los lodos generados se ha destinado al uso agrícola. A los vertederos ha ido a parar aproximadamente el 9% y en torno a un 4% se ha incinerado. El resto son destinos de menor importancia cuantitativa, por ejemplo, el uso de los lodos en suelos no agrícolas.
Los millones de partículas plásticas que inundan los campos cambian la estructura básica del suelo agrícola (por ejemplo, alterando la capacidad de intercambio de gases), así como el hábitat de los organismos vivos que son importantes para mantener la fertilidad del suelo, desde los microorganismos hasta las lombrices de tierra. Los suelos agrarios son unos complejos y maravillosos ecosistemas donde se producen algunas de las reacciones más increíbles de la vida, y la alteración de los mismos repercute directamente en su fertilidad y, por tanto, en nuestra supervivencia alimentaria.
La presencia de los microplásticos, además, no es pasajera, ya que, dentro de los suelos, pueden persistir durante más de 100 años, debido a las condiciones de poca luz y oxígeno. Asimismo, la fauna que habita en ellos actúa como diseminadora de contaminación. Una preocupación razonable es preguntarnos si los cultivos absorben esos microplásticos a nivel físico. Los estudios indican que los microplásticos más grandes son demasiado voluminosos para ser absorbidos por las plantas, pero cuando los microplásticos se degradan en pedazos más pequeños y alcanzan ciertos umbrales de tamaño, sí los pueden absorber.
A pesar de esto, la cuantificación de la contaminación microplástica en los campos agrícolas a través de la aplicación de lodos de depuradora es en gran medida desconocida, y no parece interesar a los poderes públicos. Sin embargo, es urgente la implantación de una estricta regulación y limitación para evitar que nuestros campos sean un auténtico vertedero de microplásticos. Aunque esta contaminación no se ve, está presente, también en nuestro propio organismo.