Artículo de opinión de Javier Guzmán, director de Justicia Alimentaria
Publicado de manera original en NuevaTribuna.es
Esta semana ha tenido lugar un hecho que a pesar de su transcendencia, ha pasado muy desapercibido, y es que en Reino Unido, dos de sus principales plantas de fabricación de fertilizantes han suspendido su producción debido principalmente al aumento del precio del gas natural y por ahora no saben cuándo volverán a ponerse en marcha.
Decía que este hecho es muy importante, casi transcendente, porque la gran mayoría de nuestro modelo agrario industrializado se basa en el uso de fertilizantes nitrogenados, y la fabricación de estos depende casi exclusivamente del uso de gas natural. Para hacernos una idea, fabricar un kg de fertilizante nitrogenado se gasta la misma energía que si se tiene una televisión encendida durante un mes. Así que ya tienen ustedes la ecuación, si sube el precio del gas, este repercutirá en el coste de fabricación de estos químicos y si en Europa la mayor parte de los costes que pagan los agricultores por sus insumos (hasta un 40% en el caso de los productores de cereales) son estos fertilizantes, el precio de los alimentos comenzará a subir.
Cerca de una tercera parte de la energía consumida por el sector agrario se destina a la fabricación de fertilizantes
Pero es que además, cerca de una tercera parte de la energía consumida por el sector agrario se destina a la fabricación de fertilizantes. En este momento sabemos que estamos según numerosos estudios en la década del pico de reservas de gas, y que además está sufriendo más demanda por la necesidad de producción de electricidad, dicho con otras palabras, que cada vez habrá más problema con el precio del gas.
Con estos datos, cualquiera puede intuir que estamos sentados sobre un modelo agrario con pies de barro, y que estos pies se están empezando a deshacer más rápido de lo que nos temíamos.
Si queremos ver qué pasa en nuestro país, pues apunten, de los tres tipos de fertilizantes químicos existentes basados en nitrógeno, fosfato y potasio, el más utilizado, con diferencia, es el nitrogenado. El 85% del coste energético de los fertilizantes minerales utilizados en España se debió al uso de fertilizantes nitrogenados. Si calculamos la energía necesaria para fabricar todo el fertilizante sintético usado en la agricultura española vemos que se necesita la misma energía que utiliza una ciudad como Barcelona todo el año o el 45% de la que utiliza Madrid. Pero no sólo eso, sino que estos fertilizantes son la gran fuente de emisión de CO2 del sector agrario. Prácticamente la mitad de las emisiones de todo el sector agrícola (el 45%) es atribuible a los fertilizantes.
La expansión del actual sistema alimentario globalizado e industrializado que ha crecido exponencialmente las últimas décadas se ha basado en la existencia de una fuente de energía densa y barata, como es el petróleo, lo cual permitió cambios increíbles en tiempo récord de nuestras dietas, aumentando sus calorías, la presencia de carne, azúcares, grasas, etc.. Así como la posibilidad de aumentar hasta cifras absurdas la distancia en los transportes de alimentos.
Aquello que parecía muy lejano empieza a estar cada vez más cerca, el famoso Peak Oil. Cada vez hay menos petróleo y gas, es más caro de extraer e incompatible con las necesidades de la emergencia climática. ¿Entonces? Pues si no queremos vivir problemas de subida de precio en los alimentos, desabastecimientos y aumento del hambre, necesitamos cambios radicales y rápidos en nuestro sistema alimentario
Si necesitamos aumentar la eficiencia de su uso energético, reducir transporte y uso de químicos, esto quiere decir adoptar modelos de producción agroecológicos recuperar los suelos y el aumento del uso de energías renovables. Necesitamos cambios en nuestras dietas, haciéndolas más sanas, menos basadas en productos procesados, menos cárnico dependientes y más regionalizadas, reduciendo kilómetros y aumentando la temporalidad de alimentos y la posibilidad de acceso por precio.
Y eso, aunque a muchos les costará entenderlo, necesita de una fuerte intervención pública en los sistemas agrarios y alimentarios. Una intervención con el objetivo de asegurar el derecho a la alimentación y la lucha contra el cambio climático.