Estos días está teniendo lugar en Davos el Foro Económico Mundial, que tradicionalmente era un gran mercado al que acuden grandes empresas transnacionales y gobiernos, para firmar importantes contratos e inversiones.
En realidad esto ha ido cambiando los últimos año, y aún con la apariencia de ferias y convenciones, estos espacios informales y no democráticos, como Davos, G8 y G20, se están convirtiendo en la punta de lanza de un nuevo diseño de gobierno de la agenda global. Se trata de una nueva gobernanza basada en la alianza de estados ricos y empresas transnacionales, que desplazan y vacían de contenido y capacidad a las propias instituciones democráticas de Naciones Unidas.
En esta nueva estrategia ya no se habla solo de negocios, sino de educación, salud, hambre y además con esa voluntad de influir y dirigir, las últimas reuniones del Foro ya no son a puerta cerrada si no que se pueden seguir las sesiones por internet y descargar algunos de los documentos más importantes.
Tanto poder en la agenda global es cada vez más evidente, tanto que no ha pasado inadvertido para el Vaticano, que este año como novedad ha enviado como participante al cardenal Peter Turkson.
Pero el certificado del cambio de diseño en la gobernanza, diseño que se basa que en la sumisión de las instituciones públicas y democráticas al poder fáctico de grandes empresas, la ha realizado la propia ONU, que si bien a través de su Programa Mundial de Alimentos lleva diez años participando “invitada” y pasando el cepillo entre los poderosos, ahora además ha ido un paso más allá en su discurso y se atreve a decir públicamente que lasgrandes corporaciones son la clave para dirigir el mundo hacia el objetivo de hambre cero.
El propio secretario general de la ONU Ban Ki –moon ha presentado en el foro su iniciativa global de “El Desafío de Hambre Cero”, y anunciando como su gran logro la asociación a la misma de grandes corporaciones globales de la alimentación industrial como Unilever y DSM, que la financiarán. Una presentación donde el hambre se configura como un fenómeno despolitizado, como una enfermedad, una epidemia que afortunadamente no se contagia, como un infortunio contra el que se comprometen a luchar, y que no tiene nada que ver con el inmenso poder de las transnacionales en la alimentación mundial, lo cual significa un retroceso de décadas en el análisis y trabajo de la propia ONU.
Sin embargo sabemos que el hambre y recurrentes crisis alimentarias hunden sus raíces en el enorme poder que grandes empresas tienen sobre nuestra alimentación, y que condicionan toda la cadena alimentaria desde la producción al consumo. Si hacemos un repaso rápido de la relación de transnacionales como de Unilever con la situación de alimentaria en el mundo, nos encontramos que es una de las mayores corporaciones alimentarias en el mundo, y que entre otras cosas es la mayor compañía de té del mundo, y según datos del Corporate Watch, es propietaria de enormes plantaciones en Kenia, Tanzania y la India, teniendo en consecuencia un inmenso poder sobre el precio del mundial del té.
Unilever además es uno de los grandes consumidores mundiales de aceite de palma para la fabricación de sus productos y es acusada por organizaciones campesinas y sociales en Indonesia y otros lugares del mundo, como cómplice necesaria del acaparamiento de tierras y la destrucción de la selva tropical para los monocultivos de palma. Hay que recordar que este fenómeno actual del acaparamiento de tierras es una de las causas más graves de generación de hambre y de destrucción de la agricultura campesina, como la propia FAO informa.
Se trata por tanto de una estrategia bien diseñada de ocupación de espacios de gobernanza e iniciativas “benefactoras” que suponen la coartada perfecta para hacernos creer a la ciudadanía global que los zorros y solo ellos deben cuidar del gallinero.